top of page
  • Twitter
  • Facebook

De regreso a casa en mí: Una historia de amor propio sin clichés

  • Foto del escritor: Feroz Anka
    Feroz Anka
  • hace 4 días
  • 5 Min. de lectura

Desde hace un tiempo escuchamos la misma frase en todas partes: «Quiérete.»

En las redes sociales, en las portadas de los libros, en vídeos cortos, sobre gráficos de colores…

Como si existiera una fórmula mágica:

«Quiérete y todo se arreglará.»

Sin embargo, algunos días, esta frase se siente como una bofetada en la cara.

Porque por dentro dices:

«¿Cómo voy a quererme estando así?»

Cuando estás cansado, deshecho, cuando te has equivocado, cuando estás lleno de arrepentimiento, cuando lo que has herido –y quienes te han herido– siguen estando muy presentes…

Escuchar el eslogan es fácil, convertirlo en realidad es difícil.

Para mí, la historia de aprender a quererme no pasó por frases bonitas, sino por confrontaciones pesadas.


Hay un vacío entre el eslogan «Quiérete» y la realidad...

Durante mucho tiempo pensé que quererme significaba estar satisfecho conmigo mismo.

Cuando tenía éxito, cuando recibía reconocimiento, cuando me veía fuerte, cuando «conseguía» algo, creía que entonces me había ganado el derecho a quererme.

Cuando tenía un mal día, cuando me equivocaba, cuando me sentía hecho un caos, cuando me hundía emocionalmente, otra frase empezaba a subir dentro de mí:

«Así, nadie podría quererte.»

Nadie me lo dijo nunca con tanta dureza.

Yo me lo decía a mí mismo.

Por eso, la idea del amor propio nunca me sonó del todo auténtica.

Porque siempre me imaginaba en mi versión más ordenada.

Y quererme en ese estado no me resultaba tan difícil.

Lo difícil era esto: soportar verme en mi versión más desordenada.


¿Tienes frases que usas para no quererte?

Las frases que una persona se dice a sí misma son como pequeños engranajes que van desgastando poco a poco su valor propio.

Me di cuenta de esto mucho después.

«De ti ya se esperaba algo así.»

«¿Quién querría lidiar contigo?»

«Así, no mereces a nadie.»

«Tú siempre eres insuficiente.»

Si hubiera dicho siquiera una de estas frases a otra persona, me habría sentido incómodo durante días.

Pero al repetírmelas a mí mismo una y otra vez, empezaron a parecer normales.

No quererse a uno mismo no es siempre un odio fuerte; a veces es una aceptación silenciosa.

«Yo soy así», y hacer del daño que te haces a ti mismo una parte de tu vida.

En algún momento me di cuenta de esto: había acumulado tantas razones para no quererme, que ya ni siquiera buscaba el motivo más pequeño para poder quererme.


Quererse no es admirar la versión perfecta de uno mismo...

Un día me cruzó por dentro esta frase:

«No puedo quererme porque soy así de imperfecto.»

Entonces me detuve.

«Si fueras perfecto, ¿a quién estarías queriendo?» me pregunté.

Quererse no es admirar la versión perfecta de uno mismo.

Quererse es aprender a no rechazar la versión imperfecta.

Quererse no es no equivocarse nunca; es no ejecutarte cuando te equivocas.

Quererse no es no romperte nunca; es no pasarte por encima cuando estás roto.

Quererse no es estar siempre fuerte; es seguir considerando humano incluso tu estado más débil.

Esto lo entendí muy tarde.

Cuando una persona se quiere, no borra sus defectos; aprende a abrazarlos también.


Caminos hacia mí: No de fuera hacia dentro, sino de dentro hacia dentro.

Mientras escribía Caminos hacia mí, me di cuenta de que siempre había buscado el camino de fuera hacia dentro.

Creía que podía llegar a mí mismo a través de la aprobación, el amor o la admiración de otra persona.

«Si me quieren, entonces podré quererme.»

«Si me eligen, entonces me veré valioso.»

«Si me reconocen, entonces me daré la razón.»

Este es un camino muy cansado.

Porque depende constantemente de lo que pasa fuera.

Y lo de fuera cambia.

Pero poco a poco, a lo largo del libro, fui viendo esto:

Mi camino no es de fuera hacia dentro, sino de dentro hacia dentro.

Caminos hacia mí pasa sobre todo por las grietas en las que dejé de huir de mí mismo.

Quererme no es brillar con la luz que viene de fuera; es ir abriendo, una por una, las puertas de las habitaciones que llevo años cerrando por dentro.


Se siente como volver a casa...

Siempre imaginé el regreso a mí como encontrar un «nuevo yo».

Pero la sensación real no es encontrar a alguien nuevo; es como volver a una casa que has descuidado durante mucho tiempo.

Abres la puerta.

Dentro está todo un poco desordenado.

Algunas habitaciones están polvorientas.

En algunos cajones hay objetos olvidados.

Hay cuartos que llevas años manteniendo cerrados con llave, y te da miedo abrirlos.

Pero a pesar de todo el desorden, esa es tu casa.

Quererse es exactamente esto:

Aceptar cada habitación, cada rincón, cada desorden de tu casa como «una parte de mí».

En una vida en la que has caminado como si siempre estuvieras de visita, sentarte por primera vez en tu propio sofá, beber agua de tu propio vaso, mirar tus propias paredes…

Poder invitar incluso tu estado incompleto, roto, cansado al salón de tu casa.


El valor propio no es un resultado, sino un punto de partida...

Durante mucho tiempo me medí así:

«¿Qué he hecho, qué he logrado, qué he ofrecido?»

Cuando lo que hacía aumentaba, me sentía valioso; cuando se acumulaba lo que no conseguía hacer, me sentía sin valor.

Como si el valor propio fuera una nota de boletín que se entrega al final de la vida.

Pero poco a poco me di cuenta de esto: el valor de una persona no es un resultado, es un punto de partida.

Es decir, un ser humano empieza la vida ya siendo valioso; no para ganar valor.

Lo que llamamos camino de sanación es ese proceso largo, cansado pero real en el que dejamos de intentar demostrarnos y empezamos a aceptar vivir como un ser que ya tiene valor.

Quererse no es decir: «Ahora soy perfecto»; es dar un paso tímido hacia el «Soy alguien digno de amor incluso con mis fallos».


Antes de poder quererme, tuve que aprender la compasión...

La frase «quiérete» a veces sigue sonándome demasiado grande.

Hay días en los que incluso la palabra «amor» me pesa.

Pero he visto esto: quererse no es siempre el primer paso.

Antes aprendes a tener compasión contigo mismo.

Tener compasión contigo es poder decir: «Es normal que te sientas así.»

Poder decir: «Aquí te equivocaste, pero eso no te quita lo humano.»

Poder decir: «Que estés cansado, débil o deshecho no te hace menos valioso.»

Allí donde puedes tener compasión contigo mismo, un día empieza también a brotar la posibilidad de quererte.


Mientras lees estas líneas, quizá notes algo:

Tu relación contigo mismo es mucho más dura que tus relaciones con los demás.

Estás más abierto a comprender, perdonar y escuchar a otros; pero cuando se trata de ti, no ofreces la misma amplitud.

Tal vez por eso quiero dejarte una pregunta pequeña pero pesada:

¿Cuándo fue la última vez que pudiste decirte: «Qué bueno que existas»?

No sólo por un logro; no sólo porque te mantuviste fuerte; no sólo porque facilitas la vida de todos…

Sino simplemente con lo que eres, con tu cansancio, tus heridas, las partes de ti que a veces pierden el control:

«Qué bueno que existas.»

Quizá no puedas decirlo en voz alta.

Quizá incluso te cueste decirlo por dentro.

Pero sin cambiar el lenguaje que usas hacia ti mismo, la idea de quererte a ti mismo se quedará siempre lejos.

Tal vez la historia del amor propio empiece exactamente aquí:

Donde das un paso no para arreglarte, sino para acercarte a ti mismo.


Caminos hacia mí no fue para mí un intento de inventar un yo nuevo, sino el esfuerzo de volver, capa a capa, a mi propia casa, a mi interior, a mi verdad.

Más allá de los clichés, quise llegar a un lugar donde pudiera simplemente decir:

«Todavía no sé del todo cómo quererme.

Pero estoy listo para dejar de odiarme.

Y creo que el regreso a casa empieza justo aquí.»

ree

 
 
 

Comentarios


Ya no es posible comentar esta entrada. Contacta al propietario del sitio para obtener más información.

© 2025 Feroz Anka – FA Editions. Todos los derechos reservados.

bottom of page