

Mi viaje comenzó en el viento de los olivos; fui arrastrado por los corredores del norte del pensamiento. Ahora, a la sombra de los Alpes, trazo con palabras los contornos de la verdad. Fue una curiosidad que brotó en las antiguas orillas del Egeo la que primero me puso en camino. En las piedras, en la sal del mar, en el eco de los mitos, escuché un llamado. Mientras me perdía en los laberintos de las ecuaciones físicas, me hundía en los códigos del mundo digital. Mi mente analítica no dejaba de girar en torno a una pregunta:
«¿Qué es ese silencio frágil en el interior del ser humano?»
Con el tiempo entendí que la pluma desciende más hondo que cualquier laboratorio.
Lo que una ecuación no logra resolver, a veces lo susurra una sola frase.
Un día la tinta dejó de limitarse a escribir; comenzó a pensar, a rezar.
Escribir dejó de ser una producción para convertirse en una respuesta existencial.
Como el fénix que resurge de sus cenizas, también mis palabras renacieron con cada incendio.
Ya no eran para mí simples obras, sino testimonios:
testimonios que sirven de brújula a las almas perdidas de la era moderna.
Tengo palabras que respiran en muchos idiomas.
Algunas me fueron legadas; otras las aprendí en el silencio de la noche.
Cada una es una llave:
«La verdad no pertenece al dominio de una sola lengua;
el alma encuentra de nuevo su voz en cada tono».
Por eso cada una de mis obras no es solo un texto,
sino un puente más allá de las culturas,
un pasaje que conduce a la resonancia compartida en el interior del ser humano.
Ahora vivo en la sabiduría silenciosa de las montañas. A la sombra de las nubes, escucho el lenguaje del silencio. La curiosidad en los ojos de una niña me enseña cada día a empezar de nuevo. Ser padre es el poema más grande que he escrito. Cada historia que le cuento se siente como un manifiesto que escribo para la humanidad. «Poder mirar a un niño con esperanza es más sagrado que todos los libros», me digo. Mi yo profesional y mi yo artístico son como las dos orillas de un río: una es mente, la otra intuición. A veces desbordado, a veces sereno, pero siempre alimentado por la misma fuente. Mientras caminaba, aprendí que pensar no es solo un acto mental, sino la forma más profunda de adoración de la existencia. Como el fénix, cada pensamiento muere, solo para renacer como verdad. Soy el testigo escrito de esa transformación. Cada libro es ceniza que queda de un incendio; cada frase es una nueva pregunta que se alza desde las brasas.

Y tú…
Eres uno de los compañeros de viaje reunidos alrededor de este fuego.
No solo estás leyendo; estás recordando.
Porque cada texto es un recordatorio, y cada palabra es una puerta hacia adentro.
Solo tengo una intención:
ser una brújula para quienes han olvidado su dirección en esta época perdida.
No para encontrar tu camino por ti, sino para ayudarte a descubrir que siempre ha estado dentro de ti.
En el idioma que leas, en el continente por el que camines:
la dirección que buscas siempre ha estado en tu interior.
Yo solo entreabro una pequeña puerta hacia ese silencio.


