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Aprender a estar solo: Estar solo sin sentirse solo

  • Foto del escritor: Feroz Anka
    Feroz Anka
  • hace 4 días
  • 5 Min. de lectura

La palabra soledad despierta en la mayoría de las personas el mismo sentimiento:

Abandono, carencia, la sensación de que algo ha salido mal.

Sin embargo, estar solo y sentirse solo no son lo mismo.

Puedes sentarte en una mesa llena de gente y sentirte completamente solo; puedes sentarte solo en una habitación y sentirte más «en tu sitio» que nunca.

En el corazón de Caminos hacia mí está exactamente esta pregunta:

¿Estoy realmente solo, o tengo tanto miedo simplemente porque nunca aprendí a quedarme conmigo mismo?

Hay noches en las que, incluso cuando hay gente a tu alrededor, piensas por dentro: «No pertenezco a este lugar.»

Ríes, hablas, acompañas, escuchas; pero no puedes decirte: «Estoy realmente aquí, ahora mismo.»

Las voces suben, la conversación se hace más profunda, en la mesa hay un ambiente alegre; y tú, por dentro, ya te has retirado en silencio.

Aunque nadie se dé cuenta, tú ya te has levantado de esa mesa.

El sentimiento de soledad suele empezar precisamente aquí.

No porque estés solo, sino porque no puedes llegar hasta ti.

Tu cuerpo está allí, tu voz está allí, tu sonrisa está allí, pero el tú de dentro ya anda vagando en otro sitio.

Por eso la soledad no es siempre «estar solo».

A veces te sientes más solo precisamente en el lugar donde estás más rodeado de gente.


«¿Es la soledad una carencia?»

Durante años vimos la soledad como una carencia.

Si no había nadie a tu alrededor, pensabas que estabas haciendo algo mal.

Un fin de semana vacío, una agenda sin llenar, una noche silenciosa…

Como si fueran señales de un «fracaso» en la vida.

Sin embargo, el ser humano no es un ser que solo se completa con «los otros».

Sí, hay una parte de nosotros que necesita relación y contacto; pero hay otra parte que no puede construir ninguna relación sana si antes no se escucha a sí misma.

Cuando vemos la soledad únicamente como «el momento en que no hay nadie», la vivimos siempre como algo que falta, que está mal, de lo que hay que huir.

Pero poder estar solo significa quedarse en el umbral de la puerta que se abre hacia el mundo interior.

El camino por el que una persona hace las paces consigo, se conoce y se escucha, pasa muy a menudo por aquí.

La soledad no es, como se suele pensar, «no tener absolutamente a nadie».

A veces contiene una forma de compañía mucho más real que perderse entre todos:

Estar contigo mismo.


Para quien no sabe estar solo, el silencio siempre es peligroso...

Porque el silencio trae de vuelta pensamientos reprimidos, sentimientos aplazados, frases tiradas a la basura.

Por eso, en cuanto nos quedamos solos, la mayoría encendemos enseguida algo:

Televisión, música, redes sociales, serie, película…

Lo que sea con tal de no oír la voz de dentro.

Yo también viví la soledad durante mucho tiempo solo en dos extremos:

O bien me mezclaba completamente con la multitud, o bien me cerraba del todo y me encerraba en mí.

Que pudiera existir algo en medio, una forma suave y compasiva de estar solo, lo aprendí mucho después.

Ser capaz de estar solo no es castigarse.

Mucho menos intentar demostrar que no necesitas a nadie.

Ser capaz de estar solo es soportar quedarte a solas contigo, aprender a tolerar tu propia presencia.

Ser capaz de estar solo sin sentirse solo es esto:

Sentirte, cuando estás solo, no como incompleto, sino como abierto a completarte.

Darte cuenta de que puedes ser tu propia compañía incluso cuando no hay nadie más.


Mientras escribía Caminos hacia mí, la soledad fue al principio una oscuridad para mí.

Cuando me apartaba de la multitud y volvía a mi habitación, el silencio no me tranquilizaba; al contrario, me arrojaba todas las preguntas a la cara a la vez.

Tuve que admitirlo: no sabía estar solo.

El estar solo me susurraba enseguida esta frase: «Entonces nadie te quiere.»

Con el tiempo me di cuenta de que eso que llamamos soledad tiene dos caras:

Una mira hacia la infancia herida y negada, hacia la parte que dice: «No soy digno de ser amado.»

La otra se abre al viaje interior y dice: «Llevo un vacío que nadie más que yo puede llenar.»

La soledad no es solo que el mundo exterior nos abandone; a veces también es el nombre de nuestro propio abandono de nosotros mismos.

Caminos hacia mí, en realidad, el registro de un viaje en el que me enfrenté a ese abandono e intenté volver a ponerme de mi lado.


¿Puede la soledad ser una puerta?

A partir de cierto punto empecé a preguntarme:

¿Este sentimiento de soledad es realmente un castigo?

¿O es una puerta hacia mi mundo interior, abierta y sin embargo cerrada durante años?

Si lees la soledad solo como «No hay nadie», por supuesto que pesa.

Pero esa misma soledad, leída como «Por fin estoy a solas conmigo», adquiere un significado completamente distinto.

Cuando estás solo:

Escuchas tus propias preguntas.

Notas los latidos de tu propio corazón.

Aumenta la posibilidad de que actúes no según las expectativas de otros, sino según lo que de verdad se mueve dentro de ti.

En medio de la multitud, a menudo tienes que seguir el ritmo de los demás.

Cuando estás solo, percibes por primera vez tu propio ritmo.

Quizá seas un poco lento.

Quizá lleves años corriendo.

Quizá seas muy callado para los demás, pero las palabras en tu interior apenas están empezando a formarse.

La soledad puede ser el espacio que se abre para que escuches ese ritmo por primera vez.


Si te sientes solo en medio de la multitud, es muy probable que ti tendas a culparte por ese sentimiento:

«¿Por qué soy así?»

«¿Por qué no puedo ser como todos?»

«¿Por qué no me siento feliz?»

Tal vez el problema no sea que «estás defectuoso».

Tal vez el problema sea que no encuentras un espacio acorde con tu sensibilidad, tu fragilidad, tu profundidad.

Sentirse solo entre la gente no es siempre inadaptación.

A veces es una frase que tu alma te dice en silencio:

«Soy demasiado profundo para este lugar.

Soy demasiado sensible para este ruido.

No fui creado para vivir solo a esta poca profundidad.»

En el momento en que oyes esto, la soledad deja de ser solo un pozo oscuro; se convierte en un pozo al que tienes que descender.

Es la señal no de que estás roto, sino de que estás siendo llamado.


Piensa en estar solo como una forma de cariño hacia ti...

Cuando dejas de ver el estar solo como un castigo, puedes empezar a verlo como un derecho que te concedes, un regalo, un espacio de cuidado.

Los momentos en los que puedes quedarte contigo mismo son otra forma de decir:

«Merezco pasar tiempo conmigo.»

«Mi voz interior también merece ser escuchada.»

«Existo tanto por mí mismo como con los demás.»

Aprender a estar solo es tomar en serio tu propia existencia.

Es respetar tu propio tiempo.

Es proponerte verte no solo con los ojos de los demás, sino también con tus propios ojos.


La soledad es uno de los caminos hacia mí...

La soledad es como una sombra que no nos deja mientras sigamos huyendo de ella.

Cuanto más nos negamos a sentarnos con ella, a hacerle una pregunta, a escucharla, más grande se hace.

Pero si un día te paras y preguntas:

«¿Qué intenta decirme esta soledad?»

entonces la sombra empieza poco a poco a tomar forma.

Tal vez te susurre:

«Deja de intentar conseguir un papel en la vida de los demás. Recuerda tu papel principal en tu propia vida.»

La soledad quizá no sea siempre esa habitación oscura que imaginas.

Vista desde el ángulo adecuado, es una puerta abierta hacia ti mismo.

Aprender a estar solo sin sentirse solo es aprender a no minimizar tu propia existencia, tu propia voz, tu propio mundo interior.


Y quizá eso que llamo Caminos hacia mí sea, sobre todo, esto:

Dejar de huir no de la multitud, sino de mí mismo, y construir una nueva relación con la soledad.

No como castigo, sino como llamada...

No como carencia, sino como comienzo...

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