El archivo silencioso de las emociones reprimidas: ¿De qué me atreví a hablar en este libro?
- Feroz Anka
- hace 2 días
- 4 Min. de lectura
Al escribir Lo que queda dentro de mí, me di cuenta sobre todo de esto:
Dentro de mí había muchos más archivos de los que imaginaba.
Algunos los conocía; eran esas carpetas junto a las que pasaba desde hacía años diciendo: «Ya miraré eso luego.»
Otros eran como fotos antiguas que sólo aparecen cuando les da la luz, emociones cuyo nombre incluso había olvidado.
Entonces entendí que eso que llamamos «emociones reprimidas» no guarda sólo recuerdos dolorosos, sino incluso alegrías de las que nos da vergüenza hablar.
Porque a veces sientes como si ni siquiera tuvieras derecho a ser feliz.
Así que en Lo que queda dentro de mí me atreví a abrir un poco ese archivo que llevaba años esperando en silencio dentro de mí: tanto mi dolor como mis alegrías escondidas.
Emociones reprimidas: La pila de «ya miraré luego» dentro de mí...
Durante años hice con mis emociones un pacto que sonaba más o menos así:
«Ahora no.
No es el momento.
Lo veremos después.»
Cuando me herían, me callaba.
Cuando alguien me echaba de menos, no lo mostraba.
Cuando yo echaba de menos a alguien, me mantenía ocupado.
Cuando tenía miedo, intentaba comportarme de manera «racional».
Desde fuera, esto parece «ser una persona controlada».
Visto desde dentro, tiene otro nombre: presión emocional.
La presión emocional, la mayoría de las veces, no viene de los demás, sino de nosotros mismos.
«No exageres tanto.»
«No seas tan sensible.»
«Si lo agrandas, vas a parecer débil.»
Mi voz interior fue echando así, poco a poco, capas de hormigón sobre mis emociones.
Hasta que un día me di cuenta de que lo que estaba debajo de ese hormigón seguía intentando respirar.
Ese día volví al escritorio.
Las emociones de las que pude hablar por primera vez en Lo que queda dentro de mí...
Mientras escribía Lo que queda dentro de mí, me hice esta pregunta:
«¿De qué me voy a atrever a hablar aquí por primera vez?»
Por primera vez, dejé tan expuesta mi desilusión conmigo mismo.
Era como si siempre me hubieran herido los demás; durante años lo conté así.
Sin embargo, la ruptura más grande la viví cuando me dejé a mí mismo tirado a mitad del camino.
Por primera vez, acepté esto de una forma tan desnuda.
Por primera vez, escribí que algunos de mis «ojalá» eran en realidad pequeñas muertes cuyo duelo nunca había hecho de verdad.
Una decisión, una renuncia, algo que no pude hacer…
Nunca les organicé un funeral.
Lo pasé por alto diciendo: «Así es la vida, estas cosas pasan.»
Pero dentro de mí seguía habiendo una parte vestida de negro.
Por primera vez, confesé el cansancio de asignarme siempre el papel de fuerte.
Por primera vez, tuve una conversación tan larga con el niño cansado que se escondía detrás de las frases «Soy resistente, me repondré, yo aguanto.»
Ese niño me pidió esto: «Al menos en este libro, sé sincero.»
Así se filtraron las emociones reprimidas en el texto.
No porque lo hubiera planeado, sino porque había llegado al punto de decir: «Ya no puedo esconder esto.»
Enfrentarse a las emociones: Operaciones tardías sobre la mesa de escritura...
Enfrentarse a las propias emociones puede sonar como un viaje interior romántico.
En mi experiencia, no fue así.
Se parecía más a una cirugía sin anestesia.
Mientras escribía algunos párrafos, se me hizo un nudo en la garganta.
En algunas líneas, mis manos se detuvieron y mi mirada se perdió entre los renglones.
Algunas frases las escribí y borré, luego me enfadé conmigo mismo y las volví a escribir.
Enfrentarse a las emociones no termina con decir: «Así es como me siento.»
La verdadera pregunta viene de aquí:
«¿Por qué me da tanta vergüenza este sentimiento?»
Me di cuenta de que tenía emociones de las que me avergonzaba.
Celos, fragilidad, sensación de no valer, sentirme solo…
A veces no sólo nos culpamos por sufrir, sino también por sentirnos así.
En este libro intenté bajar el volumen de ese fiscal interior y subir un poco la voz del testigo.
«Sí, así me sentí.
Sí, quizá exageré.
Sí, quizá lo interpreté mal.
Pero aun así, lo sentí.
Ésta también es mi verdad.»
En el momento en que acepté esta frase, las emociones reprimidas comenzaron poco a poco a salir del archivo.
La sanación emocional no fue una meta, sino un efecto secundario...
No escribí Lo que queda dentro de mí con el objetivo de una «sanación emocional».
Si me hubiera sentado al escritorio diciendo «Tengo que curarme», probablemente me habría bloqueado aún más.
Escribí este libro diciendo: «Pase lo que pase, que al menos deje de mentirme a mí mismo.»
Si hubo sanación, fue como mucho un efecto secundario.
La sanación emocional a veces no llega con grandes iluminaciones, sino con pequeñísimos momentos de aceptación.
Cada vez que puedes decir «Sí, esto también es parte de mí», se abre por dentro un cerrojo fino.
En las páginas de este libro escuché por primera vez con tanta claridad estas frases dirigidas a mí mismo:
«No estás roto sólo por sentir tanto.»
«Que estés herido no significa que estés equivocado.»
«No digas lo que deberías sentir, di lo que realmente sientes.»
Desde fuera, quizá parezcan frases corrientes.
En mi archivo silencioso interior, sin embargo, fueron pequeñas revoluciones.
Este libro es el diario que llevan las emociones reprimidas...
Un diario en el que las emociones reprimidas por fin hablan con su propia letra.
En este diario no hay aforismos, sino heridas abiertas.
No hay lecciones, sino confesiones.
No hay respuestas a «¿Cómo ser una mejor persona?»;
hay un corazón que intenta preguntar con honestidad: «¿Cómo era yo en realidad?»
La presión emocional deja a la persona en silencio.
En este libro intenté romper un poco mi propio silencio.
Quizá no a gritos, pero al menos confiando el susurro al papel.
Si algún día le pones el nombre de «emociones reprimidas» a ese peso familiar que recorre tu interior, sabe que no estás solo.
Todos llevamos dentro pequeños archivos que nadie ve.
En algunas carpetas pone «ya miraré luego»; otras ni siquiera llevan etiqueta.
Mientras escribía este libro, entreabrí un poco la tapa de mi propio archivo.
Nada de lo que guardaba dentro desapareció milagrosamente.
Pero ahora tienen nombre.
Ya no se esconden; simplemente sé dónde están.
Tal vez ése sea también para ti el primer paso.
Primero, ponerle nombre a esa emoción.
Luego hacerte a ti mismo la pregunta que llevas años posponiendo:
«¿Qué sentí realmente y por qué lo oculté de mí mismo?»




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