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Después de Las Líneas del Vacío: Reconciliarse con la escritura, la fe y la duda

  • Foto del escritor: Feroz Anka
    Feroz Anka
  • hace 4 días
  • 8 Min. de lectura

El día que terminé Las Líneas del Vacío sentí lo siguiente:

No había terminado un libro.

Sólo había cruzado el umbral del primer texto que podía escribir sin mentirme a mí mismo.

Luego me di cuenta de que este libro en realidad no era un “primer libro”; era el ensayo silencioso de todos los textos que vendrían después de mí.

Mi camino de escritura, mi relación con la fe, mi forma de mirar la duda…

Todo eso empezó a remodelarse en secreto entre las líneas de este libro.

Que este texto se quede como un pequeño puente que cuenta lo que pasó en mí después de Las Líneas del Vacío y la transformación en el triángulo escritura–fe–duda.


Las Líneas del Vacío: un intento de darme testimonio a mí mismo antes de ser escritor.

Para la mayoría de la gente, el camino de la escritura comienza con un libro:

Portada, número de páginas, editorial, tirada, reseñas de lectores…

Para mí no fue así.

Mientras escribía Las Líneas del Vacío, hubo muy pocos momentos en los que realmente me sentí “escritor”.

Me sentía más bien como alguien que por fin conseguía dejar en el papel las preguntas que se habían ido acumulando dentro.

Lo más radical que hizo este libro en mí fue esto:

Por primera vez, en lugar de mirarme desde fuera como si fuera un personaje, empecé a dar testimonio de mi interior desde dentro.

En ese momento, escribir dejó de ser para mí “el arte de construir frases que impresionan a la gente”.

Tampoco era ya “la habilidad de pulir lo que pasa por mí con adornos conceptuales”.

Escribir empezó a significar, poco a poco, esto:

La disciplina de formular frases en las que no me miento a mí mismo.


Después de Las Líneas del Vacío, cuando me senté a escribir los libros siguientes, el bolígrafo tenía otro peso en mi mano.

Ahora cada frase era puesta a prueba por esta pregunta silenciosa:

«¿De verdad lo sientes así o lo escribes sólo porque queda bonito?»

Esa pregunta se convirtió, en realidad, en mi verdadero manifiesto de escritura.


La distancia entre la fe y yo: dioses de la infancia vs. preguntas de adulto

Las Líneas del Vacío no es un libro escrito directamente “sobre la fe”.

Pero bajo sus líneas se desarrolla un diálogo interior muy profundo con la fe.

Durante años llevé dentro esta división:

Si crees, no preguntas; si dudas, ya no crees.

Ni siquiera se me pasaba por la cabeza que ambas cosas pudieran estar una al lado de la otra en el mismo corazón.

Dios era o todo o nada; la pregunta era o traición o obediencia.

Luego, un día, al mirar mis propias crisis internas, comprendí esto:

Mucho antes de tener “dificultades para creer en Dios”, me costaba creer en el sentido de la vida.

El vacío, el cansancio del ser humano moderno, la percepción del tiempo, el yo, la máscara, el silencio…

Detrás de todos estos temas giraba en silencio una pregunta:

«¿Esta vida está realmente unida a un centro, o son sólo momentos lanzados al azar?»

Al escribir Las Líneas del Vacío, algunas de mis frases prefabricadas sobre la fe se me cayeron de las manos.

Empecé a caminar hacia otro estado:

La fe ya no se sentía dentro de mí como una cadena de respuestas preparadas; se sentía como la cuerda que sigo sin soltar incluso después de las preguntas.

No dogma, sino dirección.

No fórmula, sino orientación.

Empecé a ver la duda no como enemiga, sino como aliento.

Durante gran parte de mi vida, la palabra “duda” era una palabra sucia.

Como un invitado al que se le prohíbe entrar en la habitación del corazón.

Se le deja esperando en la puerta, se le mira de reojo, pero se le trata como a alguien que, si entra, va a desordenar todo el sistema.

Con Las Líneas del Vacío esto empezó a cambiar.

Porque muchas de mis frases interiores más sinceras comenzaban con algún tipo de duda:

«¿Y si lo estoy entendiendo mal?»

«¿Y si lo que me enseñaron está incompleto?»

«¿Y si todos estos conceptos son sólo muros que he construido para sentirme seguro?»

Llevé estas preguntas dentro durante años, pero no me atreví a decirlas en voz alta.

Porque la duda estaba codificada en nuestra mente como una “caída de la fe”.

Luego me di cuenta de que, si mi fe podía derrumbarse con una sola pregunta, eso quería decir que ya se había derrumbado hacía tiempo.

Yo sólo cubría los escombros.

Hacer las paces con la duda no era negar a Dios; era dejar de confundir con Dios mis propias decepciones, expectativas y miedos.

La fe y la duda ya no son en mi corazón dos enemigos enfrentados; están ahí como dos huéspedes pesados que comparten la misma cocina.

Uno pregunta, el otro calla.

Uno derriba, el otro vuelve a construir.

Y yo intento aprender a sentarme en esa mesa sin hacer ruido.

La escritura se convirtió en el lenguaje de la fe; la duda, en el pulso del texto.

Una de las cosas más importantes que comprendí después de Las Líneas del Vacío fue ésta:

Ya no vivía mi fe sólo en las frases de la oración, sino también en las frases que formaba al escribir.

El camino de la escritura se convirtió en una nueva forma de conversar con la fe que llevo dentro.

La pregunta «¿Estoy pensando bien?» fue sustituida por «¿Estoy pensando esto con honestidad?»

La duda se volvió como el latido de cada texto que escribo:

Si en un párrafo no hay ninguna pregunta, significa que en algún lugar estoy engañándome a mí mismo.

Por eso mis textos filosóficos son siempre de dos capas:

En la superficie, conceptos; en el fondo, una vacilación mucho más humana.


Si eres un lector compañero de camino, puedes notar esto al leer mis textos uno tras otro:

La misma voz recorre distintos libros con rostros distintos.

En un lugar busca la misericordia, en otro cuestiona los tiempos modernos, en otro arroja el “yo” al fuego, en otro tantea el lenguaje, las palabras, el silencio.

Lo que tienen en común es que la fe y la duda intentan aprender a caminar juntas.

Yo ya no quiero separar a estas dos.

La fe, sin preguntas, se congela.

La duda, sin rumbo, se dispersa.

El texto respira en el espacio entre ambas.


Los libros que vinieron después de Las Líneas del Vacío: diferentes caras de la misma herida.

Cada libro que vino después – todos los textos en los que hablo de la misericordia, del yo, del lenguaje, del ser humano moderno, de la verdad, de las capas del ego y de lo que queda del ser humano en el ruido de esta época – es en realidad una cara distinta de la misma herida de Las Líneas del Vacío.

Eso que llamé “vacío” en aquel primer libro empezó a recibir otros nombres en los libros posteriores:

Falta de misericordia, ilusión del yo, desgaste del lenguaje, alma arrastrada por la velocidad de la vida moderna, las máscaras que creemos sagradas, las oraciones que dejamos a medias…

Pero la fuente es la misma: la búsqueda de sentido del ser humano.

A partir de ahí, el camino de la escritura dejó de consistir sólo en escribir libros.

Con cada libro se abría otro telón dentro de mí:

En uno aparecía la parte de mí que está en conflicto con Dios; en otro, la parte de mí herida por el ser humano; en otro, el niño que llevo dentro y que huye de enfrentarse consigo mismo.

Por eso Las Líneas del Vacío no es sólo una “primera obra”; es un punto de partida que se ha convertido en pariente espiritual de las obras que siguieron.


Por supuesto que puedes pasar a los demás libros sin leer éste.

Pero sabes que cada frase que oyes en los libros posteriores está unida, por uno de sus extremos, a esta primera grieta.


Visto desde fuera, quizá te parezca que yo soy un dominio, una web, un proyecto.

Para mí, sin embargo, es un espacio interior que existía antes que los libros.

Una de las cosas que me cruzó por dentro al escribir Las Líneas del Vacío fue ésta:

Estos textos no deberían quedarse sólo en el papel; deberían encontrar un lugar donde pudieran estar al lado de otros escritos, libros e idiomas alimentados por el mismo espíritu.

Que no quiera dejar mi camino de escritura únicamente en las estanterías de una editorial tiene que ver, en parte, con esto.


Mis obras no son sólo libros; son la casa común de todos los textos que caminan entre la fe y la duda, entre el ser humano y la verdad, entre la palabra y el silencio.

Cada palabra que he escrito después de Las Líneas del Vacío se siente como si la llevara a otra habitación de esa casa.

Algunas son más oscuras, otras más luminosas, otras más llenas...

Pero en el centro de todas da vueltas la misma pregunta:

«Cuando escribo todo esto, ¿qué es lo que en realidad persigo?»

Ya no quiero saber nada al cien por cien.

Esa frase puede sonar inquietante al principio.

Sin embargo, para mí expresa un gran alivio.

Antes quería que todo “encajara en su sitio”.

Conceptos bien definidos, creencias con fronteras claras, una identidad nítida, verdades indiscutibles, asuntos cerrados…

Después de Las Líneas del Vacío me di cuenta de esto:

En este mundo no sabré nada al cien por cien.

Pero eso no significa que vaya a vivir sin creer en nada.

Al contrario, ahora quiero medir mi fe no por el conocimiento, sino por la orientación.

En cada frase, en cada libro, en cada línea me pregunto:

¿Me acerca un poco a la verdad, o sólo estoy contando un cuento que me hace sentir seguro?


Hacer las paces con la duda no significa dudar de todo constantemente.

Significa aceptar que algunas cosas tienen que quedarse más allá del alcance de mi capacidad de preguntar.

Ver la impotencia de mi corazón, conocer los límites de mi mente y, aun así, seguir caminando.

La fe ha tomado en mí esta forma:

Una confianza silenciosa que me impulsa a seguir caminando incluso cuando no es mi única linterna.

La duda, en cambio, es el supervisor interior que me impide convertirme en mi propio ídolo en este camino.

Una voz que dice: «Puedes estar equivocado», pero no dice: «Así que no salgas al camino.»

Las Líneas del Vacío no ha terminado; sólo ha cambiado de lugar.

Este texto parece una pieza que cierra una serie.

Dentro de mí, sin embargo, significa exactamente lo contrario:

Un umbral que se abre a nuevos libros, nuevas preguntas, nuevos enfrentamientos.

Para mí, Las Líneas del Vacío no es un libro terminado.

Aunque sus páginas estén cerradas, sigue escribiéndose dentro de mí.

Porque siempre que discuto con la fe, que me canso de la duda, que estoy a punto de traicionarme mientras escribo, una frase sale de ese libro y toca mi hombro:

«La realidad está más allá de las líneas, en el corazón del silencio; y seas o no escritor, tienes que permanecer fiel a ese silencio.»

Si has leído Las Líneas del Vacío y te has quedado en algún punto de él, ten esto claro:

Los libros posteriores son sólo distintos caminos que continúan desde el lugar en el que te detuviste.

Misericordia, yo, lenguaje, verdad, tiempos modernos…

Son nuevos círculos dibujados alrededor del mismo vacío.


Con este texto quiero decir lo siguiente:

Mi camino de escritura no es otra cosa que un largo viaje interior en el que intento reconciliar la fe y la duda.

Cada texto que sale de mí y se presenta ante ti es otra estación de ese viaje.

Y quizá la verdadera esperanza de todos estos libros sea ésta:

Que en tu propio camino encuentres un silencio en el que puedas reconciliarte con tu propia fe, tu propia duda y tus propias palabras.

Si eso es lo único que pasa de mi vacío al tuyo, entonces cada línea que he escrito habrá cumplido su objetivo.

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