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¿Por qué escribí La Geografía de la Verdad? – Una búsqueda de sentido a través de los lugares

  • Foto del escritor: Feroz Anka
    Feroz Anka
  • hace 3 días
  • 5 Min. de lectura

Cuando escribí La Geografía de la Verdad no había un pasaporte sobre mi mesa ni una lista de vuelos delante de mí.

No tenía planes de “viajar” ni intención de convertirme en “guía de viajes”.

Este libro nació desde una época en la que los mapas se multiplican pero el sentido de orientación se pierde.

Cuanto más crecía el mundo en las pantallas, más se encogía el mundo dentro de mí.

En algún momento me di cuenta de esto:

El problema no era que el mundo fuera grande; el problema era que el significado se hacía pequeño.

Y decidí seguir la pista de ese significado menguante sobre la superficie de la tierra.


No empezó con una idea, sino con una grieta...

La Geografía de la Verdad nunca fue una “gran idea”.

Nunca se formuló como una frase de marketing.

Primero se rompió una frase dentro de mí:

“Miramos tantos lugares, pero ¿sabemos de verdad a dónde pertenecemos?”

Mientras la vida cotidiana seguía su curso –notificaciones del móvil, titulares, imágenes de guerra, desastres, crisis…–

Todo el mundo desfilaba rápidamente ante mis ojos, pero dentro de mí quedaba solo una pregunta:

“¿Dónde se esconde el vínculo que une esta tierra con la verdad?”

Para mí, el “viaje espiritual” ya no era una técnica, un método ni el nombre de un paquete de autoayuda.

La verdadera pregunta era esta:

Mientras vea la tierra solo como un mapa, ¿puedo crear un vínculo real con la verdad que llevo dentro?

La Geografía de la Verdad nació precisamente de esa grieta interior.


Si miras con atención, la tierra no es solo un mapa, es una memoria...

Con el tiempo, las ciudades dejaron de hablarme en términos de “población, economía, turismo”.

Empezaron a susurrar desde otro lugar.

Empecé a sentir que cada territorio lleva una memoria propia.

Que cada ciudad está en el inconsciente de la humanidad como una frase, que cada río fluye como una pregunta formulada durante siglos sin una respuesta completa, que cada montaña se convierte en un concepto que pregunta al ser humano por su dirección.

Al escribir este libro, comencé a leer la tierra no como una “lista de lugares”, sino como un atlas de memoria.

Por eso La Geografía de la Verdad no es ni literatura de viajes ni una obra histórica clásica.

Este libro usa el espacio como pretexto para mirar el vacío dentro del ser humano.

Porque el verdadero viaje interior a veces comienza sin cambiar de lugar, solo cambiando la mirada.


Los mapas se multiplicaron, pero se perdió el sentido de dirección...

Hoy todos llevamos mapas en el bolsillo.

Vivimos en un estado de humanidad que no puede recorrer una ciudad sin GPS, pero que no conoce el camino de vuelta a su propio corazón.

Un día me di cuenta de esto:

Hablamos de ir a todas partes del mundo, pero casi nunca preguntamos hacia dónde nos dirigimos en realidad.

Nuestros aviones son más rápidos, pero nuestros corazones están más cansados.

Nuestras carreteras son más anchas, pero nuestra alma está más apretada.

Decimos “El mundo es pequeño”, pero la distancia entre nosotros y la verdad nunca había sido tan grande.


Escribí La Geografía de la Verdad no para “quienes quieren recorrer el mundo”, sino para “quienes ya no se sienten pertenecientes a ningún lugar”.

Porque una búsqueda auténtica de sentido no arranca a la persona de su geografía; empieza más bien por reconstruir su relación con la tierra.

Esta era la pregunta que intenté plantear en el libro:

“Cuando se rompe tu vínculo con la tierra, ¿puedes conservar de verdad tu vínculo con la verdad?”


Mi intención era buscar la verdad a través de los lugares...

Lo que intenté hacer en La Geografía de la Verdad puede decirse en una frase:

Quise leer los lugares como espejos de los estados interiores del ser humano.

Al mirar Mesopotamia, pensé no solo en una civilización, sino en las primeras preguntas, las primeras negaciones, las primeras entregas.

Al escribir sobre Jerusalén, hablé de las oraciones atrapadas entre las piedras, del sentido de justicia resquebrajado y del latido de una herida que nunca termina de sanar.

Vi La Meca y Medina no solo como centros de culto, sino como lugares donde el corazón aprende su qibla.

Al contar las ciudades del exilio, seguí el sentimiento de destierro invisible que hoy llevamos dentro.

Para mí, fue por supuesto un viaje espiritual; pero no una espiritualidad que persigue “experiencias altas”, exótica y reluciente.

Al contrario, fue un viaje muy concreto, muy terrenal, muy humano.

Mientras caminaba por las calles de una ciudad, quería caminar al mismo tiempo por mis propias calles interiores.

La Geografía de la Verdad se convirtió en el libro de ese doble recorrido:

Un caminar con un pie sobre la tierra y el otro en el mundo interior.


¿Para quién creí escribir este libro y a quién volvió?

Al principio pensé que escribía este libro para lectores que aman la tierra y la historia.

Para esa mirada curiosa que observa mapas, ve documentales y disfruta leyendo sobre civilizaciones.

Pero a medida que escribía, vi que el libro se dirigía una y otra vez a otra persona:

A quien tiene la habitación desordenada y la mente aún más desordenada.

A quienes miran los mapas y piensan en secreto: “Si me fuera, ¿me arreglaría?”, pero regresan de cada lugar con ellos mismos.

A quienes sienten crecer dentro la necesidad de “pertenecer a algún lugar” sin saber cómo nombrarla.

Hoy veo que escribí La Geografía de la Verdad sobre todo para la persona que quiere atreverse a un viaje interior pero no sabe por dónde empezar.

Para todos los que buscan una “dirección interior” antes incluso de soñar con un viaje.


¿Qué cambió La Geografía de la Verdad en mi vida?

Escribir este libro me quitó algunas cosas.

Algunas zonas de comodidad, ciertos juicios firmes, algunos lugares a los que me aferraba con seguridad diciendo: “Esto lo sé”.

Porque durante la escritura tuve que enfrentarme tanto a las preguntas incómodas del mundo moderno como a mi propia comprensión de la fe y de la entrega.

A cambio, me dejó otras cosas:

El hábito de mirar la tierra con más atención.

La capacidad de leer el lugar como un lenguaje de emoción y de fe.

El consuelo pesado pero real de la frase “Ningún lugar es neutro”.

Ahora, cuando veo en las noticias una ciudad destruida, ya no veo solo “guerra”; también siento las oraciones interrumpidas, los lazos rotos y el peso de la responsabilidad que hoy tenemos frente al presente.

Para mí, La Geografía de la Verdad se convirtió en un intento de volver a vincularme con la tierra desde la fe.


La Geografía de la Verdad no es el libro del tópico “Viaja por el mundo y encuéntrate a ti mismo”.

Tampoco es el libro de un desánimo que suspira: “Los mapas son hermosos, la vida es dura”.

Esta obra es el registro incompleto, quebrado pero sincero, de un intento de ver la tierra como un espejo de la verdad.

Si tú también llevas dentro una búsqueda de sentido, una necesidad de viaje interior, quizá este libro no ponga una brújula en tu mano. Pero tal vez te susurre:

“Vuelve a mirar la tierra. Quizá la geografía de la verdad esté más cerca de lo que piensas.”
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