Contar sin hablar: El silencio, la voz interior y Las Líneas del Vacío
- Feroz Anka
- hace 4 días
- 7 Min. de lectura
Algunas frases pierden algo cuando se dicen en voz alta.
Algunas verdades sólo pueden entenderse en el silencio.
Al escribir Las Líneas del Vacío me di cuenta de esto de una forma dolorosamente clara:
Yo era alguien que vivía hablando, pero mis transformaciones más profundas casi siempre sucedieron en las épocas en las que guardaba silencio.
¿Es posible contar sin hablar?
¿El silencio es realmente la “nada” o es el lugar donde la voz interior por fin se vuelve audible?
Meditación, contemplación, atención plena…
Más allá de todos estos conceptos, me interesa la historia del contacto desnudo que una persona establece con su propio espacio interior.
¿Qué hace callar en realidad el silencio?
Cuando hablamos de silencio, la mayoría imaginamos la misma escena:
Sin sonido, sin ruido, sin conversación.
Un vacío tranquilo.
Sin embargo, en mi experiencia, el silencio no es al principio paz, sino más bien una intensidad incómoda.
Cuando los sonidos externos se retiran, todo lo que se ha ido posponiendo durante años por dentro empieza a hablar.
Frases inconclusas, rabias reprimidas, decisiones aplazadas, pérdidas nunca aceptadas, gritos tragados…
El silencio no es en realidad un espacio que haga callar el ruido de fuera, sino un espacio que se niega a callar lo que está escondido dentro.
Por eso “quedarse callado” no trae paz a la mayoría de las personas.
Al contrario, como hace que la voz interior suba de volumen, resulta inquietante.
Para mí, el punto de quiebre fue éste:
Un día me di cuenta de que no le tenía miedo al silencio, sino a mi mundo interior, que se haría visible en ese silencio.
Voz interior: como si la hubieran hecho callar, pero nunca hubiera dejado de hablar…
Eso que llamamos “voz interior” no tiene por qué ser un concepto místico.
A veces es muy sencillo:
«Aquí hay algo que no está bien.»
«Yo no quiero esto.»
«Esto no soy yo.»
«Aquí me he cansado.»
«Este lugar no me hace bien.»
Pero la vida moderna casi no nos deja escuchar esta voz.
Hay miles de sonidos creados para llenar cada hueco.
Notificaciones, contenidos, conversaciones, músicas, discusiones, noticias…
Un ritmo diseñado para que nunca nos quedemos a solas con nosotros mismos.
En realidad, la voz interior no se pierde del todo en esa multitud.
Simplemente se convierte en un susurro.
A veces es un dolor de estómago, a veces insomnio, a veces una inquietud sin razón, a veces un cansancio “sin motivo”.
Mientras escribía Las Líneas del Vacío, tuve que seguir ese susurro.
Porque todos los conceptos, teorías y conocimientos que tenía dentro servían sólo hasta cierto punto; después, en algún momento, mi voz interior empezó a decir una sola cosa:
«Detente ya.»
Detente para que puedas oír.
Detente para que puedas ver.
Detente para dejar de pasar de largo frente a ti mismo y poder encontrarte de verdad.
Se ha escrito mucho sobre meditación.
La contemplación se ha descrito largamente en distintas tradiciones.
La atención plena se ha convertido casi en un término comercial.
Para mí, sin embargo, en el fondo de estas palabras hay una sola escena:
Un ser humano inclinándose lentamente hacia sí mismo.
Meditar no es necesariamente estar horas en postura de loto.
Contemplar no es sólo pensar en textos sagrados.
Atención plena no es estar vigilando continuamente la mente con la pregunta «¿Qué siento ahora mismo?»
A veces meditar es simplemente beber de verdad un solo sorbo de agua por la mañana y notar el frescor en el cuerpo.
A veces contemplar es mirar el techo de noche y no huir de la pregunta «¿En qué me estoy convirtiendo?»
A veces ser consciente es reconocer con honestidad que la somnolencia que llamas paz interior es en realidad una rabia reprimida.
Así que el silencio no es un espacio vacío, sino una habitación que se abre para que puedas encontrarte contigo mismo.
Algunas partes de Las Líneas del Vacío, en realidad, se han destilado de largos silencios.
Hubo épocas en las que durante días no escribí ni una sola frase y sólo caminé por dentro de mí.
En ese silencio, al principio sentía como si no pasara absolutamente nada.
Luego, poco a poco, me di cuenta de esto:
Mientras fuera no pasaba nada, dentro de mí pasaba muchísimo.
Hay lugares donde también la palabra hace callar…
También hay lugares en los que una persona no se calla y, sin embargo, permanece en silencio.
Donde hablamos mucho y no decimos nada, explicamos mucho y nunca nos abrimos, expresamos mucho y nunca nos rendimos.
Hablar se utiliza a veces no para tocar el contenido, sino para tapar el dolor que lo sostiene.
La frase «Lo solucionamos hablando» no siempre es verdadera.
A veces es la versión educada de «Hablemos para no enfrentarnos a ello.»
En mi propia vida conté algunas cosas tantas veces que, a partir de cierto punto, contar se convirtió más en una forma de huir que de sanar.
Cada nueva frase era como una capa fresca de barniz sobre una herida antigua.
Brillaba, pero el dolor de debajo seguía siendo el mismo.
Por eso, durante un tiempo, reduje las palabras.
En lugar de explicar, intenté mirar; en lugar de interpretar, sentir; en lugar de justificarme, acompañarme.
Así el silencio empezó a transformarse, dejando de ser un castigo para convertirse en una forma de compasión.
La paz interior no es el estado en el que todo está bien…
Cuando pensamos en silencio y meditación, suele aparecer la misma escena en nuestra mente:
Un rostro sereno, una respiración tranquila, una suave paz interior.
Pero la paz interior que yo viví casi nunca llegó así.
Primero vino el desorden.
Ganas de llorar, rabia, arrepentimiento, ansiedad, sensación de encierro.
Cuando me quedaba en silencio, todas las emociones acumuladas en mi cuerpo parecían ponerse en fila.
«Ahora mira también hacia mí,
a mí, al que llevas años empujando,
mírame también a mí.»
La paz interior no es, como creemos a veces, «no sentir nada».
Al contrario, llega cuando se abre un espacio lo bastante amplio como para que puedas sentir todo aquello de lo que te habías alejado.
El lugar donde pude decirme esto a mí mismo fue precisamente ése:
«Sí, ahora mismo no estoy bien, y aun así no voy a abandonarme.»
El efecto más fuerte que dejaron en mí la meditación, la contemplación y la atención plena no fue un “estado de felicidad”, sino la decisión de permanecer a mi lado.
La paz interior, a veces, no es que una emoción pase, sino el valor de sentarse con ella.
Atención plena: no es vigilarte constantemente, sino estar dispuesto a escucharte.
La palabra atención plena se ha utilizado tanto que a veces se convierte en una orden agotadora:
«Observa cada momento.
Analiza cada emoción.
Sigue cada pensamiento.»
Pero esto, con el tiempo, puede convertirse en una especie de policía interior.
Un controlador interno que registra todo y no deja que nada simplemente fluya.
Yo entiendo ahora la atención plena de otra manera:
No es observarte todo el tiempo, sino estar dispuesto a escucharte.
Es decir, cuando te pillas a ti mismo, no volver a caer sobre ti con la misma dureza.
Cuando notas lo que sientes, no intentar cambiarlo de inmediato.
Cuando ves que tu mente se acelera, ser lo bastante suave como para poder decir, en lugar de culparte: «Vale, ahora mismo estoy así.»
Al escribir Las Líneas del Vacío, vi lo duros que podían llegar a ser mis diálogos internos.
La forma en que me hablaba a mí mismo era más despiadada de lo que podría hablarle a nadie.
En este sentido, el silencio se convirtió en un espejo:
Cuando no hablaba, oía con claridad lo que mi voz interior me decía.
Y debo confesar que vivir con esa voz era mucho más agotador que cualquier ruido del mundo exterior.
Entonces empecé poco a poco a probar otra cosa:
En lugar de intentar silenciar esa voz, intenté cambiar su tono.
En lugar del «Otra vez no lo has conseguido», intenté colocar una voz capaz de decir: «Ahora lo estás pasando mal, y eso es profundamente humano.»
En ese punto, la atención plena se convirtió en una práctica silenciosa de autocompasión.
Contar sin hablar: la parte silenciosa de Las Líneas del Vacío
Las Líneas del Vacío está hecha de palabras, sí.
Pero el verdadero peso de este libro se esconde a menudo en lo que las palabras no dicen.
En los espacios entre ellas.
En los lugares donde la frase termina, pero el sentir no.
En el punto en el que el lector empieza a oír su propia voz interior.
Mientras escribía, siempre sentí algo así:
Si lo cuento todo, en realidad no se habrá contado nada.
Algunas cosas sólo son auténticas cuando surgen del interior del propio lector.
Yo sólo puedo trazar una línea; el vacío tiene que llenarlo él.
Por eso el silencio es para mí un espacio tanto dentro del texto como alrededor de él.
Intento pensar cada frase junto con el silencio que la rodea:
Lo que no digo no es menos importante que lo que digo.
Contar sin hablar es quizá un poco esto:
Dejar espacio a la voz interior del lector.
No tengas miedo del silencio, allí hay alguien esperándote…
No escribo esto para decir: «No hables, cállate, retírate a tu mundo interior, el mundo exterior no importa.»
El mundo necesita sonido, palabras, expresión.
Pero cuando todo eso se hace sin encontrarnos nunca con nosotros mismos, por dentro se vacía.
El silencio, por eso, no tiene por qué ser una huida; puede ser un pequeño espacio de regreso.
Un espacio donde te retiras un poco, donde puedes preguntarte: «¿Qué estoy sintiendo de verdad ahora mismo?», donde te permites escuchar tu voz interior, donde te sientas contigo un rato.
Si últimamente todo te parece hecho de demasiadas palabras, demasiadas explicaciones, demasiados relatos y, aun así, te sientes incomprendido, quizá el siguiente paso no sea una nueva frase.
Quizá el siguiente paso sea un breve silencio.
Aunque parezca que no hay nadie allí, sabe que hay alguien esperándote:
Esa versión de ti que has estado escondiendo de ti mismo.
El silencio quizá no sea el lugar del que huyes de él, sino el lugar donde por fin lo miras a los ojos.
Y a veces las mayores transformaciones no comienzan después de una frase, sino después de un solo instante de silencio.






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